No estoy segura de donde empezó todo. Una semilla plantada por alguien cuando yo era solo una niña se arraigó y enredó al rededor de todo lo que aprendí a creer. Esta sensación de falta de valor. De no ser digna para ser amada. De tener patrones de pensamiento llenos de “si solo fuera más-menos…” Si fuera más saludable mentalmente. Si hiciera más ejercicio. Si fuera más delgada, más amigable, más graciosa, más interesante. La lista es grande.
Revistas, páginas web y libros llenos de consejos para mejorar cada aspecto de mi ser. Mi valor atado a una versión de mí misma que nunca existió. Que nunca lo hará… Perfecta.
Los trastornos alimenticios no tratan sobre la comida. Mi bulimia oculta algo más profundo, problemas fundamentales. Mi trastorno tapa mis luchas personales y dirige toda mi energia dentro de un limitado diálogo de comida, dietas y dimensión corporal.
A diferencia de mis experiencias pasadas con psicólogos, coaching y grupos de autoayuda, con mi actual terapeuta conductual Mariana, descubrí que no tengo que sanar todo el dolor subyacente para recuperarme de este trastorno, sino escoger parar mis conductas destructivas independientemente de los resultados. Mientras cada minuto, hora, día escoja detenerme, iré fortaleciendo la capacidad de controlar mis pensamientos; un compromiso conmigo misma sin importar qué, desarrollaré más herramientas de afrontamiento saludables. Si comienzo con eso, me mantendré en mi viaje de recuperación.
Al ir revelando lo que hay debajo del cascarón de mi bulimia, he encontrado conflictos llenos de contrastes, pero la verdadera fuente de dolor luce más clara ante mis ojos y un poco más dócil, sin privaciones físicas y obsesiones con los alimentos.
Tengo el resto de mi vida para aprender más de mi misma, de mis emociones, mi ego, mi Espíritu. No necesito a mi trastorno alimenticio para guiarme a través del autoconocimiento, no necesito al trastorno alimenticio para protegerme del mundo. Como Eleanor Roosvelt dijo, “Ganas fuerza, coraje y confianza por cada experiencia en la que realmente dejas de mirar al miedo a la cara. Te puedes decir a ti mismo, ‘He sobrevivido a este horror y podré enfrentarme a cualquier cosa que venga.’ Debes hacer lo que te crees incapaz de hacer.” Al detener mi comportamiento autodestructivo, me enfrento a mis miedos y actúo con coraje. Cada vez gano más fuerza y confianza en mi recuperación.
No importa que no sea una yogi experta. Que quiero traer mi cabello corto un buen tiempo. Que tengo mis tatuajes y no renunciaré a ellos. Que la mayoría de los días uso maquillaje porque me gusta como luzco con y sin él. Que no sea lo suficientemente formal en mi manera de vestir. Que haya dormido con personas que no eran mis parejas formales. Que no sea lo suficientemente “femenina.” Que haya intentado suicidarme dos veces y a veces piense en volver a intentarlo. Que tenga un trastorno de personalidad. Que a veces quiera mandar todo a la mierda y acurrucarme todo el día en mi cama. Que he mentido acerca de quién soy por pensar que de esa manera me querrían más. Que me he cortado, dejado de hacerlo y volverlo a hacer más veces en mi vida de lo que puedo recordar. Que he cambiado de trabajo más veces que mis padres en toda su vida. Que ya he vivido con una persona. Que a mis 27 sigo en casa de mis padres. Que no quiero un “trabajo real” porque amo trabajar en mi proyecto. Que rio y lloro con mucha facilidad. Que derramo mi alma con extraños en Internet, pero a menudo no sé cómo hablar de mis sentimientos con mi familia. Que estuve en un hospital psiquiátrico. Que amo tomarme selfies a pesar de que a otras personas pueda parecerles pretencioso. Que a veces me siento más segura con mi perro que con mi familia. Que me siento atraída por hombres y mujeres. Que a veces aún le lloro a un novio que tuve en la universidad. Que suelo idealizar o empequeñecer a las personas con mucha facilidad. Que me he involucrado en relaciones violentas. Todo lo que importa es que empiezo a entender que cada parte de mí es decente, valiosa y merece amor a pesar de todas las razones por las que pienso que no. Y que incluso en los días, como hoy, en los que tengo problemas para creerlo, tengo que hacerlo. Escuchar solo mi timida voz que me mira como siempre he anhelado que alguien lo haga. Que cada parte de mí es amada, entendida y aceptada. Un paquete desgarrado y lleno de cicatrices que contiene una bondad inquebrantable que no tiene porque ser provada. Que existe sólo porque yo lo hago. Porque mi corazón aún late y mi respiración sobresale de mi pecho. Así como en el tuyo.